Ágape se paga, de William Gaddis (II)

Una vez escribí una especie de relato sobre un tipo en una cama que desgranaba un monólogo caótico. Algo de eso hay en Constatación brutal del presente. Luego, a La hora del lobo de Ingmar Bergman, hay que añadir Ágape se paga, de William Gaddis como referencias imposibles de la-cosa-esa-que-escribí. Una película que no había visto, una novela que no había leído. Tengo la sensación que la lista se hará interminable. Podría decir en mi descargo que el espíritu de nuestra época se filtra en lo que escribo.
En fin.
Cuando uno reflexiona detenidamente sobre una cuestión todo cuanto percibe se remite a ella. Así, acuciado por las críticas que inciden en la “dificultad” como uno de los escollos de mis textos, percibo cierta tendencia (y no excluyo a estas alturas estar un poco paranoico con el tema) que apuntan a descartar los textos que obliguen al lector a cierto esfuerzo.

Que conste que a partir de ahora nada de lo que diga tiene que ver conmigo.

Leo por ahí que el Ulises está superado o que a cierta edad se debería dejar de leer a Beckett o que los textos deben ser inteligibles. Todo apunta a que la sencillez debe primar en el estilo y que los textos, en definitiva, deben contar algo.
La inmediatez de nuestra vida líquida, como dice Bauman, “ha situado el valor de la novedad por encima de lo perdurable”. Un texto que encierre cierta dificultad exige al lector que dedique cierto tiempo a su lectura y, por lo general, implica una reflexión sobre él. Algo totalmente en desacuerdo con la celeridad consumista de nuestros días. La dificultad narrativa parece contar con la desaprobación de la mayoría, no tanto por su característica concepción sino por ir en contra de los tiempos que vivimos.
Y en ese contexto de sencillez generalizada no es de extrañar que se haya calificado a Gaddis como “maestro de la dificultad” (o algo así). No obstante parece algo contradictorio ya que él reconoció la influencia de Bernhard en la composición de Ágape se paga. Bernhard, el Broch de La muerte de Virgilio, Beckett, Joyce son maestros de la dificultad. Gaddis también, pero en comparación, Ágape se paga es un paseo.
Pero en comparación.
En sí misma Ágape se paga es una novela de un único párrafo, un delirante monólogo de un hombre recluido en una cama rodeado de papeles que se desordenan. Y sí, ahí están Bernhard y Beckett. Pero también Gaddis de forma muy personal y elocuente.
Porque lo que William Gaddis nos cuenta a través de su narrador es la degradación de nuestra cultura, la progresiva conversión de todo acto creativo en una simulación de ese acto, la mecanización arrolladora del arte y la eliminación del artista como intermediario entre la obra y el público. La demoledora tiranía del público.

La pianola como símbolo de nuestra cultura.


Lost Highway, diálogos



Renee: ¿No te importa que no vaya al club esta noche?
Fred: ¿Qué vas a hacer?
Renee: Quedarme en casa. Leer.
Fred: ¿Leer? ¡¿Leer?! ¿Leer qué, Renee?
(A ella se le escapa una risa tonta)
Fred: Es bueno saber que todavía te puedo hacer reír.
Renee: Me gusta reír, Fred. Por eso me casé contigo.


(Primera línea de diálogo de Lost Highway después de "Dick Laurent está muerto")


Claus y Lucas, de Agota Kristof

Comentar Claus y Lucas es una de las tareas más difíciles a las que me he enfrentado. En primer lugar porque tal y como conocemos la obra de Kristof editada por El Aleph (traducción de Ana Herrera Ferrer y Roser Berdagué Costa) podemos pensar que se trata de una única obra cuando en realidad se compone de tres novelas publicadas independiente y sucesivamente: El gran cuaderno (1987), La prueba (1988) y La tercera mentira (1991). El título de ésta última como parte de una teórica trilogía es bastante elocuente. En La tercera mentira encontramos este fragmento:

“Más adelante leí yo las cartas a los que no sabían y me pedían que lo hiciera. Por lo general les leía lo contrario de lo que decían las cartas.
(…)
El chico al que le leía la carta me decía:
— La enfermera me ha leído la carta de otra manera.
Yo decía:
— Te la ha leído de otra manera porque no quería disgustarte. Yo te he leído lo que está escrito. Creo que tienes derecho a saber la verdad.
Él decía:
— Tengo derecho, pero la verdad no me gusta. La carta era mejor antes. Ha hecho bien la enfermera leyéndomela de otra manera.
Y se echaba a llorar”
Del mismo modo que en El gran cuaderno la narración se basa en la descripción fiel de los hechos La tercera mentira, que implica la existencia de dos mentiras previas, se basa tanto en lo poco sugestiva que es la verdad, la realidad, como en la mentira y la falsedad como fundamento de la narración. Pero no es eso exactamente.
Sería contradictorio decir que en El gran cuaderno se nos narra por parte de dos hermanos gemelos, Claus y Lucas, una historia cruel y amoral fundada en la “descripción fiel de los hechos” dejando de lado los sentimientos. No se puede ser cruel y amoral. La amoralidad anula toda emoción que emanen de los actos. Claus y Lucas, dos personas pero un único narrador de El gran cuaderno, se limitan a los hechos. No hay análisis moral ni consecuencias emocionales en sus actos. Y aunque esa condición se traslada a las otras dos novelas es considerada la más destacable de las tres y es la que más impresiona a los lectores.
La prueba continúa lo narrado en la primera novela desde el instante en que Claus cruza la frontera. Lo desconcertante en primera instancia es que Claus parece haber desaparecido totalmente. Da la sensación de que lo que ahora leemos, focalizado pero no narrado por Lucas, implica la no existencia de Claus, lo que en cierta manera nos lleva a dudar por primera vez de la “veracidad” (siempre dentro del contexto narrativo) de lo narrado en El gran cuaderno. El dolor de la separación de los gemelos hace que Lucas se vea afectado por una especie de enfermedad que le lleva a olvidarlo todo y eso permite que el lector pueda reajustar al personaje dentro de las nuevas condiciones narrativas (que podemos pensar, por multitud de detalles, nada tiene que ver con las de El gran cuaderno) Pero cuando el lector parece haber asumido ese nuevo contexto dominado por la omnipresente ausencia de Claus, se desmienten todas nuestras suposiciones:
Lucas dice:
— Conozco el dolor de la separación.
— La muerte de tu madre.
— No, es algo distinto. La marcha de un hermano con el que yo formaba una sola unidad.
Y más adelante:
El niño pregunta:
— ¿Y el esqueleto de tu hermano no lo has guardado?
— ¿Quién te ha dicho que tenía un hermano?
—Nadie. Te he oído hablar con él. Tú le hablas, no está en ninguna parte pero está en todas partes, y por lo tanto debe de estar muerto también.
Lucas dice:
—No, no está muerto. Se fue a otro país. Ya volverá.
A pesar de la incertidumbre que se nos produce en primera instancia, La prueba se confirma como la historia de Lucas tras su separación de Claus, sin que la otra posibilidad, que se trate de la historia de otro Lucas sin la existencia de Claus también es posible, a no ser por un pequeño detalle que se nos revela al final. En La prueba toman especial relevancia los personajes secundarios. Esta no es tanto la historia de Lucas sino la de quienes le rodean: Victor, Peter, Yasmine, Mathias y Clara. A través de ellos la autora nos introduce en el ambiente de indefensión y arbitrariedad deshumanizada que provoca el totalitarismo. No hay definido un entorno geopolítico en el que ubicar las historias de Kristof, sobre todo porque no hace falta explicitar lo obvio. Porque no se trata tanto de presentar una denuncia histórica como de mostrar, alegóricamente si se quiere, la condición del individuo subyugado por el poder. Visto desde otra perspectiva, todos los personajes de la trilogía Claus y Lucas, con sus sucesivas transformaciones, al igual que lo que ocurría con los de Ayer forman parte de la experiencia vital de Agota Kristof. Todos los personajes, de alguna manera, son ella. Eso explicaría sus mutaciones y desapariciones a lo largo de la trilogía.
Dice Victor:
¿Qué habría podido escribir? En mi vida no pasaba nada, nunca en toda mi vida me había pasado absolutamente nada, ni tampoco a mi alrededor. Nada que valiese la pena escribir.
Y Clara, que reaparece como demente recita un fragmento de Ayer (o, siendo estrictos con la cronología, recita un texto que luego aparecerá en Ayer):
—Llueve, como siempre. Lluvia fina y fría, cae sobre las casas, sobre los árboles, sobre las tumbas. Cuando «ellos» vienen a verme, la lluvia chorrea por sus rostros destrozados. «Ellos» me miran y el frío se hace más intenso. Mis muros ya no me protegen. Nunca me han protegido. Su solidez no es más que una ilusión, su blancura está mancillada.
El enigma de esta segunda parte es la personalidad del narrador. Casi al final de La prueba Lucas desaparece y Claus vuelve a ser el foco de la narración:
Claus dice:
—Lo siento, no tengo medio alguno de probar mi identidad. Soy Claus T. y busco a mi hermano Lucas. Usted le conoce. Y ciertamente le habrá hablado de mí, de su hermano Claus.
—Sí, me ha hablado a menudo de usted, pero debo confesarle que nunca había creído en su existencia.
Claus ríe.
—Cuando yo hablaba de Lucas a alguien, tampoco me creían a mí. Es cómico, ¿no le parece?
Y poco después:
—Decidimos separarnos. La separación debía ser total. Una frontera no bastaba, era necesario también el silencio.
—Y sin embargo, ha vuelto. ¿Por qué?
—La prueba ha durado demasiado. Estoy cansado y enfermo, y quiero ver otra vez a Lucas.
—Sabe usted muy bien que no volverá a verle.
La prueba finaliza con un informe policial en el que se solicita la repatriación de Claus T. a través del cual descubrimos que ni Lucas ni el resto de personajes que han aparecido en la novela han existido.

La tercera mentira, novela final de la trilogía desvela la identidad del narrador de La prueba. Todo cuanto sabemos de Claus y Lucas lo sabemos mediante la lectura de los cuadernos que ellos mismos (o uno de ellos, o ninguno de ellos) han ido escribiendo a lo largo de su vida. Al final de La prueba el informe policial introduce un desmentido a la realidad narrativa que conformaba hasta ahora la historia de los dos (¿?) personajes: La infancia amoral de los dos gemelos en casa de su abuela; el cambio de personalidad de Lucas tras la separación; la vuelta de Claus hasta su encarcelación. El informe desvela que nada de eso ha ocurrido y que los cuadernos manuscritos por los que conocemos la historia del inexistente Lucas los ha escrito Claus, como se desvela al inicio de La tercera mentira, desde la cárcel:
—Lo que escribo no tiene importancia.
Ella insiste:
—Lo que quisiera saber es si escribe cosas que han ocurrido de verdad o cosas inventadas.
Le contesto que trato de escribir cosas que han ocurrido de verdad pero que, en un momento dado, la historia se hace insoportable por su misma verdad y entonces me veo obligado a modificarla. Le digo que intento contar mi historia pero no puedo, no tengo valor, me hace mucho daño. Entonces lo embellezco todo y describo las cosas no como sucedieron sino como yo querría que hubieran sucedido.
Ella dice:
—Sí. Hay vidas que son más tristes que el más triste de todos los libros.
Yo digo:
—Exactamente. Por muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida.
Hemos vuelto a la narración autobiográfica en primera persona, lo cual nos sumerge en un nuevo contexto narrativo con una nueva historia de Claus totalmente distinta a la narrada hasta ahora.
El agente dice:
—Sí, eso quería decirle. Si sigue contando historias sobre su hermano, se figurarán que está loco.
— ¿Usted también lo cree?
Mueve la cabeza.
—No, lo que yo creo es que confunde la realidad con la literatura. Con su literatura. También creo que ahora debe volver a su país, reflexionar un tiempo y volver aquí después. Definitivamente, tal vez. Es lo que le deseo, para su bien y para el mío.
A partir del momento en que es liberado de prisión (al menos narrativamente) Claus, como narrador, se convierte en un nuevo narrador, Klaus, que recibe una llamada telefónica de su hermano desaparecido Lucas. Hay que dejar claro que posiblemente este Lucas no tiene nada que ver con el Lucas objeto de la narración de La prueba, una invención de Claus y que este nuevo Klaus, puede ser también invención de Claus. De hecho la historia termina cuando a Klaus le entregan una carta de Claus que viene firmada por Lucas. El lector no puede concluir nada. No es necesario que concluya nada, simplemente debe dejarse llevar por la demoledora narración de Kristof. De ahí la dificultad que mencionaba al principio. Nada que se diga puede suplir la intensidad de la experiencia lectora y eso define lo que es una obra maestra.

Nos encontramos en una continua inmersión de la narración dentro de la narración. La voz común a todos los giros es la de la propia Kristof y su mensaje es el de la soledad del desarraigo y la insignificancia de la literatura. De hecho lo que la trilogía Claus y Lucas demuestra es la inutilidad de todo intento de embellecer la realidad a través de la literatura. La realidad nos agobia y nos oprime y la narrativa, como parte de esa realidad, acaba mancillada por la suciedad con que la realidad lo impregna todo.

El handicap que arrastra la trilogía es su magistral primera parte. El gran cuaderno, por sí solo, debería formar parte de ese canon (siempre subjetivo) de obras imprescindibles de la literatura. La trilogía también merece formar parte de ese canon, pero entiendo que existan lectores a los que las sucesivas negaciones de todo lo narrado les pueda causar perplejidad. La intensidad de lo que se nos cuenta en El gran cuaderno y la forma en que se hace, alcanza cotas literarias difíciles de superar. Demostrar, con las sucesivas novelas, que El gran cuaderno es una impostura, un artificio narrativo sin fundamento real (en su contexto narrativo) puede provocar el rechazo de las otras dos novelas, sin que podamos apreciar entonces el complejo y desesperanzador juego en el que nos ha introducido Agota Kristof.
Porque podemos inventar nuestras vidas de mil formas distintas, pero “por muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida”.
El caso es que Agota Kristof lo consiguió. Creó libros tan tristes como la vida. Después dejó de escribir.



Todos los fragmentos pertenecen a Claus y Lucas de El Aleph Editores, traducción de Ana Herrera Ferrer (El gran cuaderno y La prueba) y Roser Berdagué Costa (La tercera mentira)
 
 
 
 




Comentarios