La frase más inesperada
Fue él quien me alzó la mano y luego abrió la puerta de mi taxi. Pero sólo montó ella:
- ¿No subes? – le preguntó.
- No. No puedo.
- ¿Por qué? – volvió ella.
- Marta… ya no te quiero.
- ¿Cómo?
- Que lo he estado pensando y… eso. Que ya no te quiero.
No hubo más palabras. Tal vez él buscara alguna reacción en ella, pero al no encontrarla cerró la puerta y se marchó caminando calle abajo.
Ella y yo permanecimos en silencio. Aún no me había indicado el destino previsto justo antes de tomar mi taxi, antes de aquel “ya no te quiero”. Yo opté por no decir ni hacer nada. Ni reinicié la marcha ni accioné el taxímetro. Es mejor no tocar a los sonámbulos.
Entendí perfectamente su bloqueo. No conozco frase más inesperada: “ya no te quiero”. Nadie espera escucharla nunca, ni mucho menos masticarla, asumirla. Suena como una guillotina al caer: Ya no te quiero. Sssstchh. Y el alma mutilada rodando, sin sangre. No hay sangre porque te deja seco.
Tampoco existe un plan B. No es un giro brusco de guión, sino otra peli. Quien crees protagonista nunca muere en la escena del taxi sino al final, justo antes del fundido en negro y los títulos de crédito. Necesitamos diálogos que expliquen las rupturas, no un titular y un portazo. Necesitamos masticar la tragedia para no atragantarnos con ella. Es insoportable la incertidumbre del ya no te quiero. ¿Ya?, ¿ahora?, ¿desde este preciso momento en adelante?
¿Existe ese preciso momento? ¿Dónde está la línea? ¿En el marco de la puerta de un taxi?
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Nota: Lo que sucedió después, cuando al fin consiguió salir de su bloqueo, me lo guardo para otro día. Demasiado denso
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